Draft:Esteban Michelena

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Esteban Michelena. Quito, Ecuador; abril 23 de 1963.

Escritor y periodista, experto en comunicación política.

60 años.

Divorciado.

Padre: Misael Michelena Terán. Madre: Mercedes Ayala Mancero. Barrio: Miraflores. Playa: Same, Esmeraldas; Canoa, Manabí. Música: salsa, blues, jazz, disco, hip hop, popular ecuatoriana.

Estudios

Pensionado Borja 3. Colegio Los Andes – Marista. Universidad Central del Ecuador. Universidad Hemisferios. Universidad Andina Simón Bolívar. Cursos internacionales de comunicación política.

Aficiones

Lectura, viajes, música, comida criolla, cine, fútbol, boxeo, caminata, trote, carreras de autos, camping.

Trayectoria

Escritor y comunicador con treinta y cinco años de reconocida trayectoria. En ese lapso explora en los territorios de la crónica, el perfil y el reportaje; en la cautivante relación que ha desarrollado con el periodismo literario y la literatura.

Sus exitosas novelas deben su origen al conocimiento del territorio literario y la memoria acumulada en su largo trayecto y exploración de la crónica de viajes, el mundo fútbol y la cultura popular.

“Gabriel García Márquez tiene, antes de “Cien años de soledad”, crónicas como la de “La marquecita de la Sierpe”. Cuando contuve esas lecciones, me ratifiqué en mi propio camino, al mismo lugar: de la crónica, a la ficción; con una vibrante pertenencia al periodismo”, afirma el ecuatoriano.

Sus personajes de ficción nacieron de una realidad que el escritor conoce a la perfección: el mágico mundo afro esmeraldeño, al que ha dedicado la mayor parte de su obra; la más reconocida en su trayectoria periodística y literaria; profundamente vinculada a su vez, a la vida misma del escritor.

Personajes como La Diosa, una veterana cantante, yerbatera, cocinera y matrona de la música ancestral esmeraldeña -Petita Palma, en la realidad- ya Michelena conoció en su juventud, redescubrió en la noticia y la crónica y; ahora mismo, en sus novelas es inmortal e omnipresente con su arte, su mundo y sus poderes.

“La relación del periodismo literario con el surgimiento de este tipo de ficción tiene una pasado memorable. Icónicos e indispensables para el aprendizaje: las crónicas de García Márquez, las antologías del Nuevo Periodismo norteamericano, con Tom Wolfe a la cabeza de una tropa de élite. Y sobre todos, Truman Capote y “A sangre fría”, sostiene.

Este genial periodista y escritor norteamericano es, con “A sangre fría”, el ejemplo de una promiscua relación entre géneros: Capote pasa de la noticia de un asesinato a la investigación, la entrevista larga, el perfil y; desde la convivencia y cercanía con los victimarios, arriba a su novela, emblemática y perfecta.

“El método de Actors Studio, Robert de Niro en escena: sumergirse en los mundos de los personajes y luego, contarlos, desde el estudio de filmación o desde los textos”, cita a uno de sus ídolos de la pantalla grande.

Michelena es un escritor hecho a sí mismo: su formación académica es de periodista y comunicador político, pero desde el inicio de sus estudios universitarios, fijó para su destino el ejercicio de la crónica, como género superior y consagratorio; que le ha deparado su propio lugar en el periodismo y literatura ecuatorianos.

Para este propósito, contó con la generosidad de su referente y mentor: el cronista Pablo Cuvi, quién le otorgó su confianza en revistas fundacionales, como la Diners y otras como “Impulso 2000” y “Qué hacemos”; además de colaboraciones en libros de este famoso referente quiteño.

“Para años universitarios trabajaba despachando respuestos en una fábrica de refrescos. Cuvi me dio la primera oportunidad, dejé ese empleo, tomé el riesgo y logré honrar la confianza. Cuvi es el Marcelo Bielsa del oficio”, cita otro de sus mundos, el del fútbol.

La vida y obra de Esteban Michelena responden a la entrega y talento, a la apasionada necesidad de explorar y disrrumpir en el oficio de los escritores surgidos desde la prensa.

Cordero, Tarantino, Danny Trejo

“La crítica trata mi obra como novelas reportaje, que mis novelas se leen como una película que acontece en el lector. Todo el tiempo aprendo de la filmografía de Sebastián Cordero, Quentin Tarantino, Robert Rodríguez, Danny Trejo. Miro, una y otra vez, libreta en mano, sus películas. A ellos les robo todo el tiempo”.

Una vida entregada a una obsesión que Michelena vibra con una “malegría” de furia y alegría en más de treinta años de asistir a la debacle de una asaltada nación que le perturba y duele. “El que la vive la cuenta, dijo García Márquez. He visto y cuento cómo se aniquila un pueblo ancestral: el afro esmeraldeño”.

De su inicial, cadencioso y potente realismo mágico, en “Atacames tonic” y “No more tears”, a un devastador realismo trágico; que marca “El pasado no perdona”, con las selvas envenenadas, la ciudad en destrucción y la mafia, tomando lo poco que queda tras siglos de exclusión y desprecio.

En el ámbito internacional, se ubicó a Michelena como parte del movimiento McOndo. El novelista trasciende -no niega- el realismo mágico de autores como García Márquez; con notas y tonos más urbanos, menos prístinos y fascinantes; como los que se revelan en “Atacames tonic”, “No more tears” y reinan en “El pasado no perdona”.

“Una montaña rusa, una plegaria, un mambo, un blues, un cante, un trago fuerte, una rumba, una tumba; una metralla, unos timbales. Una final a estadio lleno, los alargues y penales. Mientras vuela la pelota, un sol derritiéndonse en un cielo naranja; ese mar insistiendo en su amor a la orilla, pese a que ella ni le contesta y el cielo viste de luto, a pesar de sus estrellas y ese toro enamorado de la luna”, se anima el novelista.

De eso va. Las novelas de Michelena bucean y se fortalecen en personajes que reinan en los mundos trepidantes que en ellos conviven, sobreviven, aman, se reproducen y mueren. El fútbol, la negritud, el graderío, el boxeo, la música, el humor y la cultura populares, la comida criolla. Un divertido y feroz sentido de pertenencia, dolor y orgullo al devastado país que le angustia: Ecuador.

“Atacames tonic combina el frenesí de la supervivencia con un amor compulsivo, peligroso y absurdo. Dentro de las películas imaginarias que deberían existir en nuestro universo ecuatoriano, este triller tecnotropical nos presenta personajes épicos que conviven dentro de un fascinante sub-mundo desesperado”, escribe el cineasta Sebastián Cordero, en la contratapa de la novela.

“Yo vengo del borde, de la cancha inclinada, del amor y la furia. No tengo academia, pero tengo barrio y me hago fuerte en mis referentes: Willie Colón, Rubén Blades, Héctor Lavoe, Paco de Lucía, Juan Gabriel, Eric Clapton, Joaquín Sabina, Vico C, Gustavo Quintero, Los Chigualeros, Don Medardo y sus players, Celia Cruz, Gerardo Mejía, Orquesta Etnia, Miles Davis, John Coltrane. Ellos tocan, yo escribo”.

Descrubrimientos, aprendizajes, memoria.

Es curioso: la obra de Michelena está fuertemente atada a descubrimientos, deslumbramientos, asombros. El novelista tuvo una infancia plena, dichosa, colorida, echa a mano. Y una juventud salvaje. De la primera edad en que hay conciencia, el escritor recogió lecciones y señales que, luego, configurarían su obra y su filosofía; su crítica y eufórica forma de ser ecuatoriano.

Su acercamiento con el mundo afro ecuatoriano surge de episodios románticos e impactantes. Conocer, todavia de niño, a Petita Palma fue un suceso memorable: los tambores, los cuerpos, su vitalidad y su belleza, el vestuario multicolor, el acuoso y extraño sonido de la marimba, el piano de la selva. Y Petita es La Diosa.

Años más tarde, en Atacames, Michelena es abatido mar adentro, por un remolino que aterrorizó la playa. Con un hermano y dos primos, pudo haber salido de su amado mar, hinchado y arrastrado con los pies por delante. Un negro gigante y bondadoso, fue por ellos, con un palo de balsa. Ese suceso: haber sentido la muerte en el paraiso, desata vibrantes escenas en “El pasado no perdona”. El negro, ese negro, es Daddy.

En esas mismas playas, de colegial y al llegar a la cabañita de siempre, su hermana menor fue asustada por un vecino de la localidad. A Michelena le tocó comparecer ante el grandulón. Cuando él vio el valor del chico, se acercó a centímetros: estaba ebrio, desesperado. No fue un puñete lo que lanzó, fue un abrazo.

Luego, a pedido del novelista, su madre lo contrató para ayudar en la cocina, los mandados, un corre ve y dile. En las noches, el negro se revelaba como un contador de historias fabuloso: cómo contar relatos, cómo aceptarse distintos y con mutuo respeto y cariño. Esa ha sido su relación con los afros, omnipresente en toda su vida y obra.

Negros a la cancha: llegaron, trayendo salsa.

Años más tarde desembarcaron los negros al fútbol ecuatoriano, desde Quito. Se va forjando una relación de admiración y afectos. Michelena pasa los mejores días de su infancia en la General Sur del Estadio Atahualpa de Quito; mirando a sus héroes buscar su lugar en el mundo, mientras vuela la pelota.

Ahí resultan determinantes las lecciones de su tío, Pedro Ignacio María, un sacerdote fanático del club El Nacional y capellán del equipo, cuando es fundado por las Fuerzas Armadas del Ecuador, como Mariscal Sucre. Un cura distinto: sus sermones incluían orar por los cracks y, la misa de seis de la mañana, era corta y divertida: tocaba volar al estadio, a General Sur.

Cuando los cracks saltaban al campo, el cura decía: “Mira hijo, esa es tu arcilla, arcilla nuestra, arcilla de acá”. Los negros aparecen, dignos y altivos, luciendo la divisa criolla y trayendo salsa. Entonces, las Fuerzas Armadas gestionaban el club con talento y recursos. El Nacional cobra dos tricampeonatos. Y Michelena aprende que los nuestros, si les dan una oportunidad calificada, lo logran.

Su relación con el desempeño y divisa militar incrementó un potente sentido de pertenencia: aprendió a amar, a ser, ir siendo ecuatoriano; desde el orgullo de ver a estos cracks, salidos de la carencia; ante una sociedad que, muchas veces, los repele.

Arcilla nuestra. Abajo, en la cancha, un poco de cholos, negros, pasposos, plazuelas: puros criollos. Una de sus primeras entrevistas -Impulso 2000- la hace, justamente, a uno de los brillantes 10 de todos los tiempos: José Voltaire “El Cielo” Villafuerte.

Notas curiosas: en su infancia mirafloreña, el novelista conoció a otro genio negro de la pelota: Italo Estupiñán, el Yerbita, el primer goleador ecuatoriano en ganarlo todo en el fútbol mexicano. Uno de sus premios como cronista, es con esa historia de vida: ya retirado, el Gato Salvaje cuenta de su “Nostalgia del área grande”.

Con los años, la filosofía que habita el alma del novelista se enriquece y consolida. Hoy, El Nacional y su historia se revuelcan en las patas de los caballos. Michelena se abstuvo de renunciar públicamente a la divisa: lo hizo por la memoria del cura y la de su padre, Misael; otro adicto al fútbol y los “helados secos”, orgullo de la dulce creatividad popular.

El Nacional se extingue, vergonzante. Por eso, también le apuesta al Athletic Bilbao, el equipo vasco, con idéntica filosofía: la devoción por lo propio, el nacionalismo palpitante. Es tal ese sentimiento, que el novelista y su amada nieta, Antonia, pasean las calles luciendo la rojiblanca euskera, enviada desde Bilbao por su amigo escritor, Airtor Arjol.

De la General sur al Mundial de Japón

Un momento culminante en la vida de los ecuatorianos fue la primera clasificación a un mundial de fútbol, el de Corea – Japón 2002. Tras un doloroso aprendizaje profesional y fortalecimiento de su estima y talante, los jugadores de la Tri, en su gran mayoría negros, acabaron con la frustración nacional acumulada por setenta años.

Es curioso: ese año se publica la primera edición de “Atacames tonic”, avasalladora novela que incluye bellas citas al mundo fútbol esmeraldeño. Y uno de sus premios nacionales de periodismo Jorge Mantilla – El Comercio, es la crónica “Animal de graderío”.

Este es un conmovedor relato donde Michelena cita esa infancia en su General Sur y la construcción de esa épica contemporánea; con estrellas de la jerarquía de Iván Hurtado, Agustín Delgado, Ulises de la Cruz, Iván Kaviedez, Alex Aguinaga. El escritor cubrió los sucesos desde el borde del campo, con credencial de fotógrafo: una experiencia extrema.

Más coincidencias: también premiada es una entrevista que Michelena hace a Alex Aguinaga, capitán del seleccionado: “Mi mundo en un balón”. El crack le invitó a escribir el brindis conmemorativo a su retiro, en una memorable velada en Quito.

En esos mismo años, el escritor trabaja como voluntario en la Fundación Iván Hurtado, donde crea y logra el apoyo de la CAF para el programa “Párame bola”, de ayuda a los niñoz callejizados de Esmeraldas.

Conoce a Rixon, un pequeñito adicto a la goma que irrumpió en la casona a pedir piedad, agua y algo de comida. El chiquillo comió dos tarrinas de arroz con pescado, pero vomitó todo: había perdido las enzimas para procesar comida. Su lacerante historia fue otro premio nacional para Michelena: “El no lugar de nuestros héroes”.

Nos cambiaron los timbales, por metrallas

Se entiende así la obra de Michelena, escrita desde adentro con dolor, fascinación, altivez y carácter; ilusiones, ternura, rumba. Se entiende por qué pasa del realismo mágico al realismo trágico: conoció las selvas de Esmeraldas, cuando fueron prístinas y hogar de decenas de comunidades; navegó las zonas calientes de San Lorenzo y otras fronterizas: palpó la magia, le enfurece la tragedia. “Nos cambiaron los timbales por metrallas”, dice en un rap que grabó en su barrio.

Hoy, los niños esmeraldeños dejan la escuela y caen ante la presión de grupos mafiosos, que los reclutan en sus filas, para ser sicarios y carne de cañón. Y ellos aceptan: ¿Qué fuerte puede ser la sensación de no futuro, de odio y dolor; para enlistarse en estas escuadras sanguinarias?

Lo cierto es que Boquita, el niño gatillero, porta listones negros en sus ojos angustiados. Cada disparo, cada tiro de un boquita cualquiera; suena a campanadas del funeral de una nación fallida, de un narco estado, de una sociedad intoxicada, camino al infierno. Y en medio de la irritante distancia y asaltos de los gobernantes y la letal ausencia de las élites; nosotros, poniendo los muertos, la angustia, el llanto.

Ciertamente, la obra de Michelena configura un correlato de una nación abatida, fundada en la negación, la trampa y el ocultamiento: acá fuimos asaltados y vendidos por nuestros padres y el sheriff huyó con el botín, como -algo loco está Michelena- rapea el autor en la banda sonora de su novela.

Para el novelista, Ecuador rueda en una nauseabunda callejuela cubierta de vidrios rotos, casquillos de bala, sangre inocente, lágrimas de niños, la aflicción de los abuelos. Al tanto -en su próxima novela- uno de sus personajes, “La mano que mece la cuna” disfruta de una glamurosa y cínica impunidad, que lo mantiene ileso.

Políticamente, no es inmune: habla desde sus novelas. “El mandril del caribe, los esperpentos centroamericanos, el chupacabras andino, el mudo mexicano, la arpía del sur. Todos deberían ser ahorcados en un estadio, antes de un partido de la Selección”, dice uno de sus personajes.

El pesimismo arrecia. “Del dolor al odio, de la humillación a la furia, hay un paso de reguetón. Estamos por estallar, las mechas se consumen. Si camino al infierno, no nos vomita el diablo, ya veremos que inventamos”, dice. Y verdad es: donde Dios no alumbra, el diablo quema.

Personajes, héroes y maestros

Cantantes como Celia Cruz o Juan Gabriel, líderes como Willie Colón, genios como Joaquín Sabina, Juan Manuel Serrat o Paco de Lucía; boxeadores como Segundo Mercado, entre otros, son sus héroes, maestros y protagonistas de su obra.

“Apostaba a cómo explorar sus talentos y carácter: sus formas de trabajo, algo de su alma. Colón, la vida y sonido en el Bronx, Celia y su exilio cubano, Juan Gabriel y su éxodo al gran DF, Serrat y la luminosa serenidad de su sabiduría; Aute, el último Da Vinci, Sabina y su genialidad on the rocks: aprender de ellos y que el lector haga lo propio”.

Al cronista lograba entrevistas memorables y la deferente atención de sus protagonistas. “Fui orgulloso maletero de Willie Colón y con de Lucía aprendí de cómo surgió, desde la exclusión del pueblo gitano; un rey que conquistó a esa misma España, que le negaba, y luego el mundo; cuando decidió explorar el mundo jazz. Mis personajes son guerreros, unos tipos de un genio y estatura del alma que destilan dignidad y talante”, apunta.

Vuela la pelota, los ángeles caen

Para Michelena el fútbol es una poderosa metáfora sobre la vida, sus conflictos y momentos cruciales. Conocedor a fondo de los nos lugares de donde surgen estos ídolos y marcado en su infancia por el mundo de la pelota, sus crónicas honran las gestas y lecciones de los hombres de la redonda.

Iván Hurtado, Cristian Pellerano, Facundo Martínez, Tuca Ordóñez, Yerbita Estupián, Alex Aguinaga, Garrincha, Bolillo Gómez, Francisco Maturana, Reinaldo Rueda, Luis Fernando Suárez, entre otros cracks son parte de su intenso tablero futbolístico.

“El jugador de fútbol es un soldado desde que nace, a sus ocho años se vuelve adulto. Sabe que la lucha empezará a su temprana infancia; en el largo trayecto se inventa y reinventa, cae, se levanta. A veces sus vidas tienen finales trágicos, que decantan los evangelios del dolor”.

Su crónica, “El último pase al vacío del Zapatón Klinger”, fue seleccionada para una antología del mundial de Japón y forma parte de las mejores escritas en español, según la antología de Jorge Carrión, “Mejor que ficción”, de la editorial Anagrama. “La vida de un futbolista, que conoce la gloria, pero luego vuelve a ser ese chico vulnerable, mágico y loco que fue al empezar”.

Es que se juega como se vive. “El crack puede surgir de no lugares, sitiados por la postergación y la carencia. A veces, la pelota les lleva a mundos de luz, mimos y reconocimiento. Pero a veces, estos príncipes caen en desgracia y sus historias son devastadoras. Son los expulsados del paraiso, los ángeles caídos”, reflexiona en torno a su trabajo con el defensa central Orly Klinger, hoy en un crítico estado de salud.

Su último edificante relato en Revista Diners, “Duros de sentar”, cuenta de cómo los fútbolistas veteranos se sostienen y mandan en la cancha. Una pieza de antología, donde Cristian Pellerano (Independiente del Valle), Facundo Martínez (Universidad Católica) y Roberto Ordóñez (Aucas) comparten cinematográficas historias de vida.

“Los futbolistas son seres distintos. Vivir y triunfar en un oficio donde la herramienta de trabajo puede romperse, para siempre, cualquier rato, es de locos. No todos serán ejemplos a seguir, pero aquellos que encajan ese estatus, portan mucha sabiduría y, sobre todo; un espíritu, un fuego interno que los sostiene, fortalece e impulsa”.

Ganar es un perfume, perder es para siempre.

En su niñez, el novelista fue un extraordinario ciclista. Ganó -salvo una- todas las carreras en las que participó, en su entorno escolar del Pensionado Borja 3. Su madre le inculcaba la imperiosa necesidad de ganar, ella le enseñó a no declinar en el intento y a confiar en el esfuerzo entregado, además de las habilidades de un niño en bicicleta.

“Disfrutaba esas carreras. Mi madre me hacía desayunar pollo con fideos y verde y luego, se ponía muy guapa: intuía que ganaríamos. Y así fue, muchas veces: yo ganaba para que ella sonría, esté hermosa y retire el trofeo. Pero una vez, me caí, mientras era cazado por otro ciclista fenónemo. Tras el accidente, ya no logré alcanzarlo y perdí. Las heridas de la caída ardían mucho. Perder, eso sí duele. Lloré toda la tarde”.

Su madre, tras perder, le dijo. “Habrá otra oportunidad y ganaremos. Ganar es un perfume, que vuela, se comparte. La derrota la vives en solitario. Y se queda para siempre”, me dijo. Y es cierto. El montón de veces que, por poco, no logré ganar en periodismo, antecedieron las oportunidades en que sí logré la victoria total. Cuando perdí, tantas veces, me refugiaba en la tras tienda del barrio, a tomar un trago”.

Vendidos por nuestros padres: el sheriff huye con el botín

En entrevistas de radio y tv donde el escritor aparece, se sirve de sus novelas para reflexionar sobre el país. “La primera noción que un niño tiene sobre la autoridad y la institucionalidad es su familia, sus padres. La primera noción de patria, es el barrio. Si hay justicia y orden, hay normas y convivencia respetuosa, el niño intentará reproducir esos valores; si no los tuvo, en su momento, no los tendrá nunca”.

Michelena suele contar de emocionante manera, todo lo que aprendió en sus primeros entornos urbanos y que, con el tiempo, marcaron su forma de ser ecuatoriano. “El mio fue el país agrario, setentero, hecho a mano. Viví en uno de los primeros condominios de Quito: pasar de la casita o la villa a la propiedad horizontal fue un laboratorio social. Y la convivencia en la General Sur del Atahualpa, fue una lección de respeto y mutua aceptación. Incluso colegial fui a un hervidero popùlar, con un cura. Una sola vez, algún borracho faltó al respeto a mi tio cura. Tocó hacerle rodar las gradas”.

Desde su devoción por el club El Nacional y las lecciones del curadesarrolló un eufórico amor por su paisaje y cultura, por lo ecuatoriano. “Si enseñamos a los niños a ser orgullosos de sí mismos y su entorno, si ellos apreden a amar lo propio; es menos posible que se lo roben”, afirma respecto a la vergonzante ola de corrupción que pudrió al Ecuador.

“Se roban el santo y la limosna, pero quieren ser electos “padre símbolo”. Se pagan mujeres, amores chimbos y trago en hoteles siete estrellas con el dinero que debería pagar libros y médicos. El rollo está en que los niños aprenden de eso: no me esfuerzo, no peleo; mejor robo. Y tienes lo que tienes”.

El escritor advierte que ese asalto, esa abolición de la moral pública llega a extremos tóxicos. “Acá levantaron un monumento a un argentino reconocido por ladrón, jefe de una familia de choros. Alguien lo sacó, pero un alcalde lanzó un globo de ensayo, sondeando volver a poner el esperpento. Nos miden: ¿Hasta cuando este pueblo soporta ser vejado? Eso ve un niño, reflexiona y le convencen de que ser ladrón no viene nada mal”.

Esa abolición de la moral corroe una sociedad complaciente y resignada, que soporta todo tipo de bolsiqueo y humillación. “Te miden, tantean hasta donde podemos soportar la humillación de tener un choro con momumento. Y si pasa, pasa”. Y la distancia, letal, de las élites. “Acá de te casas, tienes hijos. Algunos, levantan fortunas magníficas. Las hicieron acá, en nuestra tierra, con nuestros lomos. Pero les vale”.

Concluye el novelista. “Hay países donde se vuelca un camión frutas y los peatones van en socorro del accidentado. Acá le roban lo poco que queda. Y huyen, riéndose ante cámaras. Esa es la foto que sale cuando a una nación le revientas su moral pública, cuando tus padres son los que te venden y el sheriff huye con el botín”.

La calle, el barrio: sus sonidos, su cultura

Cuando el novelista inicia su carrera en periodismo, se motiva al escribir historias de vida de los otros, los del margen; nunca el poder en cualquiera de sus formas. Panaderos, zapateros, boxeadores, futbolistas, peluqueros, rocoleros, bailarinas, músicos populares hallan en la de Michelena, una pluma que los enaltece.

“En la zapatería del barrio se aprendía de Julio Jaramillo, Huberto Santacruz, Benítez y Valencia, Pepe y Carlota Jaramillo. En la sala del piso de mi hermano, Xavier, hacíamos audiciones para aprender de jazz. La vida luego me puso al frente de estos creadores y logré hacerles un espacio: vernos en un espejo luminoso y criollo, al cien por ciento”.

Para sus ochenteros años universitarios, la música salsa empieza a irrumpir en Quito, con estrellas como las de Fania All Stars y los pioneros cubanos. “La otra fuente era la música de los izquierdistas: folclore latinoamericano. Surgen fracasos rotundos de la izquierda, que se toma y pudre la Universidad Central, la “izquierda coqueta”, que adoraba a tipos como los Castro, el Che, entre otros.

“Los resultados están a la vista: fueron pésimos, ociosos y detestables adoctrinadores, graduaban periodistas que algo conocían de Marx y no sabían escribir un párrafo. Y fatal les fue en el mercado laboral. Se tragaron la universidad, degollaron el sueño de desarrollo humano y prosperidad de muchos inocentes”.

Ante el precario entorno, Michelena le apuesta al barrio. Toma como banda sonora de su gente, a extraordinarios insurrectos como Héctor Lavoe, Rubén Blades, Willie Colón. Al tiempo, funda la “Vecindad latina”, una organización urbana que dio respuesta a las limitaciones económicas de la clase media.

“No teníamos para ir a una discoteca. Usamos los espacios del condominio para organizarnos y entre nosotros, tener rumbas de días de jolgorio; con nuestra estima y pertenencia de barrio, de calle, de hermandad. Los salseros de los 70 fueron la banda sonora de nuestras vidas. Y, en mi caso, los referentes para escribir, corto y potente, sobre la vida real de nuestras comunidades”.

Escribir de la gente, de “los otros”

El novelista tuvo, para entrar al mundo laboral, a maestros del oficio. La era del famoso y desaparecido diario Hoy: Francisco Febres Cordero, Diego Cornejo Menacho, Felipe Burbano de Lara, Jacinto Bonilla, Benjamín Ortiz, Diego Araujo, entre otros.

Ellos tuvieron la generosidad y grandeza para soportar las búsquedas del novelista ante un proyecto demasiado ambicioso: cuajar el estilo que, con los años, Michelena patentara con rotundo éxito.

“Largas y luminosas sesiones de trabajo donde fui cocinando a fuego lento. El de ese diario, fue un momento culminante para el periodismo ecuatoriano. Y los colegas citados, unos adelantados al hacer de entonces. Ellos me dieron la confianza: me pusieron el centro, la pelota limpia. Y sí, marqué goles por racimos”.

Los libros: una huella en la historia

“Dos cientos añós de humor quiteño” (2007 Fonsal). Crónica histórica, entrevista en profundidad. Recorrido periodístico por los hitos, íconos y personajes del humor quiteño.

“Pase al vacío”: (2010 Paradiso Editores). Antología de crónicas y reportajes escritos por Esteban Michelena. Sus personajes, sus referentes, su humor y maestría en el género.

“Crónica de una barbarie impune” (Libro del autor 2015) La explotación petrolera en la Amazonia ecuatoriana y su devastador efecto en las comunidades y pueblos ancestrales de la zona.

“Atacames tonic” (2002 Paradiso Editores). Su ópera prima logra tres ediciones; la tercera ilustrada, es una obra de culto. Realismo mágico, amores devastadores, rumba, humedad. Un fin de semana que cambia la vida de Chico y La Niña: aparece Mexican, el narco mexicano presente en sus otras dos novelas.

“No more tears”, (2018 Ariete Comunicación Estratégica). Vida, pasión y muerte de héroes devastados. Un grupo de niños huye de un orfelinato en Borbón. Surge Nomor: futbolista, goleador de El Nacional, ex boxeador, combatiente en la guerra con el Perú. De viejo le apodan Niger y termina, sin piernas y en silla de ruedas, cuidando el Mustang de Mexican, al pie del “Atacames Experience”

“El pasado no perdona” (2022 Paradiso Editores). Del realismo mágico al realismo trágico. Daddy salva de morir ahogado a Chico: desde entonces, toma posesión de la vida del niño. Con los años, son socios en un imperio de narcotráfico en Esmeraldas, cuyo mar navegan con las rutas del cielo de Asención Altman, padre de La Niña; esposa de Chico.

Los premios: vamos por ellos

1988. Mejor estudiante. Facultad de Comunicación Social. Universidad Central del Ecuador.

1990. Willie Colón, mi barrio es el mundo. Revista Diners. Mención de Honor – crónica. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega - El Comercio. Exclusiva con el Malo del Brox: su vida, su sonido, política y filosofía urbana.

1991. Mejor reportaje. Diario Hoy – Edimpres.

1992. Celia Cruz, la única. Revista Diners. Segundo lugar – crónica. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega – El Comercio. Exclusiva con Reina Rumba: su inicio, su éxodo de Cuba; la Sonora Matancera, la Fania All Stars.

1993. Juan Gabriel, exclusiva en ranchera. Mención de Honor. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega – El Comercio. Los inicios, su arribo al DF, sus motivos y conflictos.

1998. Italo Estupiñán, Nostalgia del área grande. Revista Diners. Finalista. Premio Nacional de Periodismo Símbolos de Libertad. Esmeraldeño, gran pionero del fútbol ecuatoriano en México y el duro oficio de goleador.

1998. Segundillo Quinteros, un son inconcluso. Tercer lugar. Premio Nacional de Periodismo Talentos Anónimos. Historia del guitarrista y compositor nacido en Borbón, Esmeraldas; maestro de la música ancestral, el son y la salsa.

2000. Alex Aguinaga, el mundo en la redonda. Revista Diners. Mención de Honor. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla – El Comercio. Retrato del gran capitán del Seleccionado ecuatoriano de fútbol.

2001. Los reyes magos del Onzole. Revista Diners. Finalista. Premio Nacional de Periodismo Símbolos de Libertad. Crónica de viaje al interior de la selva de Esmeraldas: una fiesta ancestral, un día en que mandan las mujeres de la comunidad.

2002. El último pase al vacío del Zapatón Klinger. Revista Soho. Todos tienen una historia. Seleccionada entre las crónicas publicadas en España con motivo del Mundial de Fútbol Corea – Japón.

2003. El lado oculto de la noche quiteña. Revista Soho. Finalista. Premio Nacional de Periodismo Símbolos de Libertad. Mirar, espiar, urgar los antros donde respira, sofoca e inhala la noche quiteña.

2006. Animal de graderío. Revista Soho. Primer lugar. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega - El Comercio. Memoria y testimonio, desde la General Sur del Atahualpa quiteño: nos vamos al mundial Corea – Japón.

2007. El no lugar de nuestros héroes. Inédito. Primer lugar. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega - El Comercio. En Esmeraldas, Rixon perdió las enzimas para digerir comida. De ese no lugar vienen los héroes de la Tricolor.

2008. El MC de las tinieblas. Revista Soho. Primer lugar. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega - El Comercio. En una guerra de pandillas, el MC perdió sus ojos, por un disparo de perdigones. No odió ni clama venganza: rapea en nombre del amor, la decencia y la esperanza.

2012. El último pase al vacío del Zapatón Klinger. Editorial Anagrama. Seleccionada entre las mejores crónicas escritas en español. Mejor que ficción. Jorge Carrión.

2012. Integra los Nuevos Cronistas de Indias. Alterna con Leyla Guerreiro, Martín Caparrós, Juan Villoro, Daniel Samper, entre otras firmas.

References[edit]